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María de Betania


María de Betania, hermana de Marta y Lázaro, es un personaje del Nuevo Testamento. María vivió en Betania, un pueblo a las afueras de Jerusalén. En su casa se hospedó Jesús al menos en tres ocasiones.
Algunos la han identificado como María Magdalena, y con la pecadora anónima citada en el evangelio de Lucas,1 aunque esto último ha sido un tema de debate entre diversos autores.

Menciones en la Biblia
María de Betania es mencionada en tres episodios en la Biblia, siempre junto a su hermana Marta. En los tres muestra su gran amor por Jesús.

Marta y María
En el Evangelio de Lucas (Lc 10,38-42, se menciona que cuando Jesús estuvo predicando en Galilea, se hospedó en la casa de Marta. Marta se dedicó a arreglar la casa, y a preparar la cena; María, en cambio, "se sentó a a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra" (Lucas, 10,39). Marta, viendo esto, dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender? Dile que me ayude." (Lucas 10,40). Jesús reprochó a Marta de forma cortés y familiar, diciéndole " Marta, Marta, estás ansiosa e inquieta acerca de muchas cosas, pero de pocas cosas hay necesidad,o de [sólo] una; porque María ha escogido la parte buena y que no se le será quitada".
Sentarse a los pies del Señor en una muestra de interés por la Palabra del Señor es lo que hizo María, en vez de ayudar con los preparativos. María tuvo una actitud de recogimiento y oración, mientras que Marta en ese momento tenía la preocupación por las cosas temporales.

La resurrección de Lázaro
En el Evangelio de Juan (Jn 11:1-44), se menciona la resurrección de Lázaro, hermano de María y Marta de Betania. Ellas le mandaron a decir que su querido amigo estaba enfermo, pero Jesús no fue a visitarlas antes de que aquel muriese. A su llegada, Marta salió a recibirle, mientras María permanecía en casa. Jesús le dijo a Marta que Lazaro iba a resucitar. Ella asumió que se refería al Día del Juicio Final, y después fue a llamar a María. Ella salió a su encuentro y al verle se tiró a sus pies y le dijo:
"Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”" (Jn, 11:32).
Jesús, al ver esta súplica y las lágrimas de ella, su hermana y todos los presentes, lloró conmovido por tanta emoción, y pidió que le llevaran a la tumba de Lázaro, al cual resucitó. Claramente Jesús demuestra el amor que siente por esta familia, y su amistad con ellos.

La cena de Betania
Después de la resurrección de Lázaro, Jesús es invitado a una cena en la cual María otra vez demuestra su devoción por él.
"María, pues, tomó una libra de perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies y se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del perfume." (Jn, 12:3).

La libra de perfume que María usó es uno de los símbolos iconográficos que se usan para representarla a ella, en forma de un pequeño envase con perfume.
Después de hacer esto, Judas Iscariote, que estaba presente, reprocha a María el gasto que ha hecho, diciéndole que ese perfume se pudo haber vendido para ayudar a los pobres, pero Jesús le dice que la deje, pues es señal que su muerte se acerca.

Identificación con otros personajes
En ocasiones, se identifica a María de Betania con otras mujeres mencionadas en el Nuevo Testamento.

La pecadora
En el Evangelio de Lucas (Lc 7:37-50), se menciona a una mujer que era conocida públicamente como pecadora, y al enterarse que Jesús estaba en Galilea en la casa de un fariseo,
"tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secárselos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume." (Lucas, 7:37-38).

Jesús agradeció esto y le perdonó los pecados a la mujer, a la cual no conocía hasta ese momento. Este evento es muy parecido a lo que María de Betania hizo en la cena de Betania. Según el evangelio de Juan (Jn 11:2), "María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos", por lo cual muchos identifican a esta pecadora anónima con María de Betania. Si esta identificación es correcta, María ya conocía a Jesús cuando éste se hospedó en su casa. Sin embargo no hay coincidencia respecto al lugar donde se desarrollaron los hechos, Juan menciona que fue en casa de Lázaro en Betania y Lucas dice que fue en casa del fariseo en Galilea, por lo tanto podemos suponer que no son la misma persona... Lucas ni siquiera hace mención a María...
María Magdalena


María Magdalena fue una mujer que acompañó al Señor antes, durante, y después de la crucificación. Por error de interpretación se la asocia con la “pecadora” desconocida del evangelio de Lucas. Según este evangelio, Marta y María de Betania vivieron en Galilea, pero no se menciona el nombre de la aldea. Tal vez pudo haber sido Magdala, y en ese caso podría ser que María de Betania y María Magdalena fuesen la misma persona, dado que el gentilicio de Magdala es "magdaleno", "-a". Tal vez después Marta y María, dada la enfermedad de su hermano Lázaro, se trasladaron a Betania donde Lázaro vivía.

Mujer de Betania
Con ocasión de la última visita de Jesús a Betania, una mujer no identificada entró, "con un frasco de mármol precioso lleno de perfume muy caro y se lo derramó en la cabeza." (Mt 26:7). Esto tuvo lugar en una cena dada por un tal Simón el leproso. El mismo suceso es mencionado también en el evangelio de Marcos (Mc 14:3-9). Esta es la misma acción que se atribuye a María de Betania en el evangelio de Juan (Jn 12:1-8), por lo cual la mujer mencionada en los evangelios de Mateo y de Marcos suele ser identificada con María de Betania.

Actitud de la Iglesia
María de Betania es considerada santa por todas la denominaciones cristianas que admiten la santidad. Hay discrepancias entre las distintas confesiones, sin embargo, acerca de su identificación con las otras mujeres anteriormente mencionadas.

Iglesia católica
Tradicionalmente, la Iglesia católica ha identificado a María de Betania con María Magdalena, la “pecadora”, y la mujer de Betania, por lo tanto es reconocida como María Magdalena y se siguen todas las fiestas y actividades asociadas con María Magdalena.

Iglesia ortodoxa
En la Iglesia Ortodoxa María de Betania es la misma mujer de Betania que ungió la cabeza de Jesús con perfume, pero no es la misma persona que María Magdalena. Tanto María de Betania como María Magdalena son festejadas como santas en el culto ortodoxo.

Tradición ortodoxa oriental
En la tradición de la Iglesia ortodoxa, aunque no estén expresamente mencionadas como tales en los Evangelios, Marta y María se encontraban entre las “Mujeres Miróforas” (portadoras de miro o de mirra). Estas fieles seguidores de Jesús estaban en el Gólgota durante la crucifixión de Jesús y más tarde llegaron a su tumba en la madrugada siguiente, día sábado con mirra (aceite aromático de alto precio )- de acuerdo con la tradición judía- para ungir el cuerpo de su Señor. Las Miróforas se convirtieron en los primeros testigos de la Resurrección de Jesús, la búsqueda de la tumba vacía y enterarse de la gozosa noticia por un ángel. La tradición ortodoxa refiere también que Lázaro hermano de Marta debió irse de Jerusalén durante la persecución contra la Iglesia de Jerusalén después del martirio de San Esteban.

Sus hermanas María y Marta huyeron con él, ayudándole en la proclamación del Evangelio en diferentes lugares. Los tres más tarde se trasladaron a Chipre, donde Lázaro se convirtió en el primer obispo de Kition (actual Larnaca). Los tres murieron en Chipre. Martha es venerado como santa en la Iglesia Católica Romana y en la Iglesia Católica Ortodoxa Oriental, y conmemorada por la Iglesia Luterana y la Comunión Anglicana. En la Iglesia Ortodoxa Oriental y las tradiciones orientales católicas, Marta y su hermana María se conmemoran el 4 de junio.

También se conmemoran en conjunto entre las mujeres Miróforas, en el domingo de la “Portadoras de Myrra” (el tercer domingo de Pascua, es decir, el segundo domingo después de Pascua). Ella también figura en las conmemoraciones del Sábado de Lázaro (el día antes del Domingo de Ramos). Martha es conmemorada el 29 de julio en el calendario de los Santos de la Iglesia Luterana (junto con sus hermanos María y Lázaro) y en el calendario de los santos de la Iglesia Episcopal y la Iglesia de Inglaterra (junto con su hermana María)

Iglesia Protestante
En el protestantismo, se reconoce a María de Betania como una mujer que tuvo el honor de recibir a Jesús en su hogar. María de Betania es la hermana de Marta y de Lázaro; aparece en el episodio de la resurrección de su hermano (Jn 11); derrama perfume sobre el Señor y le seca los pies con sus cabellos (Jn 11, 1; 12, 3); escucha al Señor sentada a sus pies y se lleva «la mejor parte» (Lc 10, 38-42) mientras su hermana trabaja.

Después de la Biblia
De acuerdo a una leyenda piadosa de origen occidental, María salió de Judea después de la muerte de Jesús, alrededor de 48, y viajo a Provenza, Francia (existe un peregrinaje en Saintes-Marie-de-la-Mer en el distrito de Arlés), con su hermana Marta de Betania y su hermano Lázaro. Y Llevaba consigo una niña, que se cree era su hija, llamada Sara.

El ungimiento de Betania


EINSICHT, año 3, cuaderno 4/5 (Julio/Agosto 1973), pp. 12-15. Jerrentrup [2082|.

El último suceso que relata el evangelista San Juan antes de la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos, con el que comienza su pasión pública, es el ungimiento de Jesús en Betania por María de Betania. La Iglesia ha dignificado este relato haciéndolo leer entre las lecturas de los cuatro relatos de la Pasión el lunes de Semana Santa. Este ungimiento, y lo que él significa, puede considerarse, como quiero mostrar, la última palabra de Jesús del período de sus enseñanzas públicas antes de la gran confrontacfión final: el ungimiento de Betania revela el motivo de la gran apostasía en la Iglesia, muestra la causa por la que habría de morir el cuerpo de la Iglesia.

María tomó una libra de auténtico aceite de nardo, muy caro, y ungió los pies de Jesús, que seguidamente secó con su propio pelo. Judas, que se queja de ello, calcula el precio de este perfume de nardo en trescientos denarios, que equivaldrían hoy a 500 marcos. Toda la casa se llenó del aroma de este perfume.

Entonces Judas alza su voz contra ello y dice: “¿Por qué este dispendio? ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para ayudar a los pobres?” El evangelista San Mateo relata incluso que esto lo dijeron “los discípulos”, mientras que San Marcos habla de “algunos” que dijeron esto con indignación interior.


¿Qué significa esta objeción? Significa que la asistencia a los pobres y a los necesitados tiene que tener prioridad sobre el ungimiento litúrgico de Jesús. La tarea religiosa de la Iglesia debe quedar por detrás de su tarea social. Aquí tenemos el gran argumento de nuestros días: el compromiso social de la Iglesia, su servicio al prójimo, en lugar de su servicio a Dios. San Marco refiere expresamente que los discípulos que expusieron este argumento se enojaron con la mujer, lo cual se podría traducir como: se lanzaron contra ella.

Jesús sale al paso de esta concepción y de los ataques contra María. Dice:
“Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo es bueno, pues a los pobres siempre los tendréis entre vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis. Esta mujer ha hecho lo que ha podido: ha perfumado de antemano mi cuerpo para el día de mi entierro.” Y luego añade: “Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se hablará también de lo que ha hecho esta mujer, y así será recordada.”

Estas palabras casi siempre se han entendido de forma muy necia, como una profecía de Jesús de que hasta el día del Juicio no se logrará terminar con la pobreza en la tierra. Pero significan algo mucho más profundo: la pobreza jamás abandonará a la humanidad; acompañará a los caídos en pecado como la sombra acompaña a las figuras, mientras perdure el dominio sobre la tierra del príncipe del mundo, aunque éste ya haya sido derrotado en su litigio con Dios. La redención de Jesús es una redención eficaz del pecado hasta el final de esta era del mundo, pero no es ya una redención de las consecuencias del pecado, entre las que se encuentra la pobreza.

Pero ahora viene lo decisivo: “¡Pero a mí no siempre me tendréis!” Esto significa: no es obvio ni forma parte de la naturaleza del hombre caído que Dios esté con él. Fr. H. Jacobi dijo una vez que es terrible contemplar cómo el mundo cree que la verdadera religión y moralidad viene de la experiencia: viene de lo sobrenatural, y uno se convence de ella contra la experiencia; y por eso no se puede contar con que, una vez que ha sido destruida, vuelva a venir de la experiencia. Eso es justamente lo que quiere decir el Señor: que yo esté con vosotros es un regalo sobrenatural. Servid a Dios mientras aún sea tiempo y Él esté con vosotros.

¿Pero cuál era, pues, la situación en este momento? Jesús estaba directamente ante el comienzo de su Pasión, a las puertas de aquella semana de unas confrontaciones, que conducirán a que sea matado, con los sumos sacerdotes y los judíos religiosos de las más diversas tendencias. Él mismo se les enfrentará en el templo y les dirá que ellos, que son hijos del Reino, han sido arrojados a las tinieblas, y que la piedra angular que ellos desecharon los aplastará.

En este momento vemos a Judas como portavoz “de los discípulos” (Mt), o al menos de “algunos de ellos”. Dicho con otras palabras: vemos una Iglesia –una conferencia episcopal con un portavoz que es un traidor– que se aparta de Dios y se vuelve al pueblo (versus populum), y que convierte en primer punto de su programa la solidaridad social. La misma Iglesia se enoja interiormente con María, que unge al Señor, y se lanza contra ella.

Pero en este mismo momento vemos también otra Iglesia: la que emplea lo más valioso que pudo conseguir para honrar a Cristo, que muere por ella; una Iglesia que rocía Sus pies con lágrimas y las seca con su pelo. Esta Iglesia hace lo único que es capaz de hacer en esta situación: unge el cuerpo del Señor asesinado para Su entierro, administra a Su cuerpo el servicio de la unción de enfermos para Su final terrenal.

Esta Iglesia que se sabe en un compromiso social huirá del monte de los olivos cuando se acerque el enemigo, negará al Señor en los apóstoles y lo traicionará en Judas. La Iglesia que por encima de todo sirve al Señor litúrgicamente, aguantará con María bajo la cruz hasta que todo esté consumado, y esperará en la tumba de Cristo con el primer rayo matutino del día de la resurrección. Hace todo lo que puede hacer en esta situación: el Señor mismo lo confirma con Su juicio. ¿Qué podría hacer físicamente contra la violencia brutal del mundo, contra el odio espiritual de los sacerdotes judíos y contra la Iglesia enojada que se lanza contra ella y que se concibe primariamente como comprometida socialmente, en cuyo portavoz se erigió Judas, el traidor?

¿Pero era al menos lo social lo que les importaba? Las Sagradas Escrituras dan una respuesta muy clara:
“Pero Judas no dijo esto porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa del dinero, robaba del que ahí ponían.” Eso significa con toda claridad y sin posibilidad de alterar nada en ello: el Espíritu Santo nos dice que esta preocupación social es un pretexto hipócrita para apropiarse de lo que se ha sacrificado para la obra de Jesús. Es más, Mateo y Marco relatan expresamente que en este momento en que Judas se dio cuenta de que Jesús empleaba el dinero para el servicio divino, se marchó y fue a ver a los sumos sacerdotes para hacer la propuesta de revelarles a cambio de un pago el lugar donde estaba Jesús.

Si no pueden apoderarse subrepticiamente del dinero dentro de la Iglesia, entonces dan el paso a la traición abierta del Señor en el tabernáculo, para recibir el dinero del mundo y de un odio a Dios que sólo estaba esperando a esta traición. La simonía (Hch 8, 18) no sólo consiste en la compra de ministerios religiosos: simonía es también transpasar los bienes religiosos de la Iglesia –y sobre todo el bien supremo– a sus enemigos, para conseguir algo de ellos. Ésta es la situación de los que estrangulan a la Iglesia para conseguir el aplauso del mundo.

El aroma del aceite de nardo llenó toda la casa. Representa el buen olor del santo servicio divino que cumple la Iglesia, la santa convicción en la nube de gracia sin la cual la religión muere, y que es la fuente de la que se nutre todo verdadero amor a los pobres. “
Una cosa es necesaria”, había dicho antes Jesús a Marta, y María escogió eso: la recepción de la palabra divina. La última acción hacia este huésped divino, lo último de lo que aún es capaz la Iglesia que se ha mantenido fiel, es el ungimiento del cuerpo de su sacrificio, la digna consagración del cuerpo de Cristo. El Señor mismo advierte a los discípulos que en su cólera pretenden impedir la acción de María (illi molesti esse) de actuar contra este servicio e interrumpirlo. La Iglesia verdadera y fiel servirá al Señor hasta su muerte, y ni siquiera todo el reino del infierno podrá prevalecer sobre ella e impedirlo.

¿Y cómo es que se ha pasado tan completamente por alto que, refiriéndose a este servicio de la Iglesia fiel hasta el final, el Señor dice algo que guarda relación directa con la santa consagración? Al final de la palabras de su intervención dijo Jesús:
“Haced esto en conmemoración mía.” Aquí dice: “Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el Evangelio, se hablará también de lo que ha hecho esta mujer, y así será recordada.” Esto significa que el Evangelio no puede proclamarse jamás sin hacer este servicio fiel de la consagración. Junto con la intención recta de la consagración ha desaparecido también el espíritu del verdadero Evangelio. Pese a las palabras aparentemente casi iguales que las de las verdaderas Sagradas Escrituras, la Biblia de los herejes es, literalmente, un libro totalmente muerto. Junto con el verdadero servicio sacramental divino –como se le llama en la jerga reformista– desaparece también el verdadero servicio verbal divino.

“Y así será recordada.” Por desgracia, estas palabras no pueden traducirse de modo completamente adecuado. Eso no significa que la gente se acordará de alguna forma de ella: significa que ella se presentará en una presencia viviente. Muy atinadamente, la antigua Iglesia vio en María el símbolo de sí misma. La consagración del cuerpo a cargo de María está indisociablemente vinculada con que el Señor se hace real de forma viva en las substancias transformadas del pan y del vino.

El hundimiento de la Iglesia viene de todos aquellos obispos y sacerdotes que, seducidos por el lema de Judas, han escrito en sus banderas lo social en lugar del servicio divino. Se apoderan de y niegan a la humanidad el pan espiritual, insistiendo en que el pan corporal es lo más importante y en que su oficio consiste en preocuparse de este pan terreno. ¡Pero qué digo! Ni siquiera el pan: el dinero, la “ganancia” obtenida de haber vendido lo santo. Es decir, el contravalor abstracto de “todo lo demás”. Dan a los hombres “todo lo demás”, salvo lo único que realmente necesitan: Dios. En realidad, lo único que les importa son ellos mismos: quieren poseer y disponer sobre la substancia divina en su forma convertible en todo lo demás. Por eso se lanzan contra el verdadero servicio divino y tratan de oprimirlo. Si por ellos fuera, el cuerpo del Señor sería profanado hasta el último final, hasta su entierro pagano.

La Iglesia, por el contrario, sirve al cuerpo del Señor; sirve hasta lo último que le es posible: lo unge para la muerte. Por eso, con el primer rayo del amanecer, aguarda con esperanza ante la tumba, porque ni siquiera Su muerte puede apartarla de su voluntad de servirle sacramentalmente. Y por eso a quien primero se apareció el Señor fue a la hermana espiritual de María: María Magdalena.

Lázaro, Marta y María de Betania



¡Qué gozo debía llenar el corazón del israelita piadoso, quien subiendo a Jerusalén apercibía a la Betania de los jardines agradables, después de la penosa travesía por el desierto de Judá! 
Al divisar en la cuesta oriental del monte de los Olivos la aldea adonde Jesús gustaba ir, el peregrino sabía que pronto se descubriría ante sus ojos el grandioso panorama de la ciudad santa.

En efecto, de Betania a Jerusalén, no había más de tres o cuatro kilómetros. Desde este pequeño poblado, el viajero alcanzaba sin dificultad el monte de los Olivos, donde se encontraba el huerto de Getsemaní, después descendía por la ladera, atravesaba el árido valle del Cedrón y escalaba el costado de Sion donde se erigía el templo.

¡Cuántas veces el Salvador del mundo, rodeado de un puñado de discípulos, recorrió ese trayecto! Durante la última semana de su ministerio, Jesús, rechazado por el pueblo del cual era el rey, se retiraba a Betania en la tarde.

Dejaba la ciudad escogida por Dios mismo: Jerusalén, la cual era más asolada que en los tiempos de Esdras y Nehemías, cuando el altar estaba derribado y las murallas destruidas por el fuego. ¿Dónde hallaría el verdadero culto? ¿En el templo de Herodes, magnífico edificio, del cual ninguna piedra debía quedar en su lugar? ¿Dónde discerniría corazones apartados del mundo y apegados a Dios? ¿En medio ese pueblo sujeto a la administración romana, orgulloso todavía de sus instituciones religiosas y políticas?

“Levantaos, vamos de aquí” dice Jesús a sus discípulos (Juan 14:31).
 Los lazos que unían al Ungido de Dios a su pueblo terrenal estaban rotos. Ellos le habían devuelto odio por amor. 
Perfectamente obediente a su Padre, el Señor Jesús se entregó a la muerte, siendo consciente de la necesidad de su sacrificio; sin embargo necesitaba simpatía, y ésta la hallaba en Betania.

Betania, casa de la gracia (significado de esta palabra según algunos), abrigaba a Lázaro, Marta y María. Estas tres modestas personas se distinguían de los demás aldeanos por un profundo apego al Salvador. Por eso es comprensible que innumerables lectores de la Palabra, en el curso de la historia de la Iglesia, hayan meditado sobre los textos en los cuales vemos hablar y obrar a los que recibieron al “Despreciado” (Isaías 53:3).

Sólo dos pasajes mencionan a Lázaro de Betania (Juan 11; 12:1-7). 
El primero presenta de manera conmovedora una imagen de la liberación en Cristo, el segundo pone a la luz la posición eminente a la cual el creyente puede acceder.

En el primer pasaje, el cuerpo de Lázaro había sido puesto en el sepulcro. En estado de descomposición, expelía ya un olor repugnante. Bajo la orden de aquel que es la Resurrección y la Vida, la muerte soltó su presa.

En el segundo, Lázaro resucitado participó en una cena ofrecida a su libertador. Habiendo pasado por la prueba suprema, adquirió el privilegio de gustar esta estrecha comunión con el Hijo de Dios. Intercambiaron palabras, un mismo alimento los reconfortó. ¿Cómo puedo vivir íntimamente unido a aquel que es santo, si no me tengo yo mismo por muerto al pecado?

Únicamente Lucas 10:38-42, Juan 11 y 12:1-7 mencionan a Marta y María.
Marta cumplía las funciones de ama de casa y, según su costumbre, servía en la mesa. En Lucas 10, la vemos muy activa; no podía recibir a Jesús como un simple amigo, con toda sencillez. Su trabajo le impedía gozar la presencia de un huésped único, cuya principal preocupación no era participar de un festín, sino anunciar la Palabra de Dios.

Fue necesaria la resurrección de Lázaro para que los ojos de Marta se abrieran. 
Después de este hecho, se hizo otra cena para el Señor en Betania (Juan 12:2). 
Esta vez Marta ya no se preocupaba por los muchos quehaceres, sino que sencillamente servía a su Señor. Había discernido los tesoros de la revelación cristiana. Había comprendido que “la verdadera grandeza consiste en servir en secreto y trabajar sin ser visto”, como alguien dijo. Desde ese momento el trabajo no fue para ella una carga pesada, sino una de las formas más elevadas de dar testimonio de su amor.

¡Cuántos cristianos se han propuesto tener a María de Betania como modelo! Escuchar, orar, adorar, estos tres verbos resumen toda su actividad en la presencia del Señor. Cuán dulce es evocar esas escenas que conmueven el corazón del hombre en todas las etapas de su vida. El Creador de los mundos, hombre entre los hombres, entra en una morada modesta de una aldea poco importante, en el corazón de un país luminoso y tranquilo. 

Recibido con un respetuoso afecto, enseña, consuela, recibe el homenaje de una mujer postrada a sus pies. Todo se silencia alrededor de ella y en ella, y con el corazón lleno de amor, unge los pies del Hijo de Dios, pies cubiertos con el polvo del camino, porque había caminado por toda Palestina para anunciar la gran nueva de la salvación.

María, por el afecto que sentía hacia la persona de su Salvador, adquirió una inteligencia espiritual profunda. Consciente de la grandeza y de la divinidad del Hijo de Dios, y presintiendo la cercanía de Su muerte, ungió sus pies. Este perfume de gran precio simboliza la adoración y la alabanza ofrecidas al Señor en el culto por aquellos que aprecian su gloriosa persona.

Para Jesús, esa aldea sólo representaba un reposo pasajero. 
Jerusalén, la ciudad culpable, era el objetivo supremo que quería alcanzar el Salvador del mundo.
B.R.

Hasta la tierra

Hasta la tierra bajó el cielo,
De Dios misterio es Emanuel;
Cubre a su gloria humano velo;
De hinojos, demos loor a Él.

¿Quién este amor sondear nos diera?
De Dios el Hijo, el Creador;
Para el perdido en esta tierra
Siervo fiel fue y buen Pastor.

Este amor que tanto se brinda
También amónos hasta el fin;
Sufre el Cristo y da su vida
Por un mundo perdido y ruin.




Dos ciudades: BETANIA Y JERUSALÉN.


Dos ciudades: BETANIA Y JERUSALÉN.

Dos ciudades, y dos casas en ellas, que representan dos realidades espirituales también diferentes.

Jerusalén y Betania

Lectura: 1ª Tim.3:15-16.

Hoy nosotros sabemos algo acerca de la iglesia del Dios viviente, pero también sabemos que la iglesia es mal comprendida hoy. Por un lado, parece que nosotros sabemos algo acerca de la iglesia, por otro lado, nosotros no sabemos nada. En esta oportunidad, me gustaría hablar acerca de la realidad de la vida de la iglesia.

Hoy cuando las personas hablan acerca de la iglesia, inmediatamente piensan en un edificio. Alguien podría hasta decir: «He olvidado mi paraguas en la iglesia». Pero nosotros sabemos que, en verdad, la iglesia es la casa de Dios. Hoy cuando pensamos en la iglesia pensamos en una organización, en una institución, en una tradición. Pero si vamos a la Biblia, la iglesia en verdad es una realidad espiritual.

El templo fue un lugar hostil

Si estudiamos nuestras Biblias cuidadosamente, percibiremos claramente la diferencia entre los tres primeros evangelios, y el cuarto. Cuando vamos a los primeros tres evangelios, estamos ocupados con la obra del Señor mientras estuvo en Galilea. El principal énfasis es la obra de nuestro Señor allí. Pero cuando vamos al evangelio de Juan el énfasis es Jerusalén. Más que eso, cuando Juan escribió el cuarto evangelio, él no solamente enfatizó la ciudad de Jerusalén, sino más específicamente el templo, que estaba sobre el monte Moriah. Según el cuarto evangelio pareciera que nuestro Señor nunca dejó el templo de Dios, el cual él llama «la casa de mi Padre».

Hablando históricamente, la ciudad de Jerusalén era llamada «la ciudad del gran Rey». Era el deseo de nuestro Dios poder habitar en Sion, el monte del templo, porque él la había elegido. Entonces, si eso era la casa de Dios, nuestro Señor debería haber encontrado todo su reposo y alegría en su casa.

Si usted hubiera estado en el monte del templo en el tiempo del Señor Jesús hubiera visto una gran plaza. Hablando estrictamente, la plaza del templo era la mayor plaza religiosa de aquella época. El rey Herodes era un gran constructor. Originalmente en el monte Moriah estaba sólo el templo de Salomón, pero Herodes hizo un gran complejo urbanístico allí. El área era dos veces mayor que la del tiempo de Salomón. De sur a norte, cabían casi seis canchas de fútbol; en tanto que de oriente a occidente cabían unas cinco. Podemos imaginar aquello especialmente en la fiesta de la Pascua. Nadie se sentiría solo allí, porque de acuerdo a los historiadores, en esas celebraciones solían juntarse cerca de dos millones de personas.

Sin embargo, una pequeña frase del evangelio de Juan nos permite de alguna manera tocar el solitario corazón de nuestro Señor Jesús mientras estuvo allí.

Veamos el capítulo 7:53-8:1: «Cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo». ¿Pueden ver? La Biblia dice: «Cada uno se fue a su casa». Podemos imaginar cómo, después de un día ocupado, cada uno se va a su casa, pero Jesús se va al monte de los Olivos. Dice «cada uno se fue a su casa», como si nuestro Señor no tuviera casa. A la mañana siguiente él vuelve al templo. Probablemente, igual que el día anterior, estuvo todo el día allí. Luego todos se van a su casa y Jesús se va al monte de los Olivos. Al día siguiente vuelve otra vez al templo, para un día lleno de quehaceres. De esta descripción, podemos ver algo que no hemos visto antes.

Ustedes ven: cada uno tenía su casa, pero no nuestro Señor. Ahora, durante el día estaba en el templo de Dios, que él llamó «la casa de mi Padre». Pero si esa era la casa de su Padre, debería ser también su casa. El Espíritu Santo nos muestra especialmente esta frase: «Cada uno se fue a su casa, pero Jesús se fue al monte de los Olivos». Si no conociéramos la Biblia muy bien, estaríamos casi seguros que él pasó esa noche en el monte de los Olivos, porque en el monte de los Olivos hay muchas cuevas. Es bastante lógico pensar que pudiera haber pasado la noche en algunas de esas cuevas.

Si usted visitaba el templo allí en Jerusalén, todo estaba en orden. Todo estaba de acuerdo a la Biblia. Cada día por la mañana, algunos sacerdotes iban a un lugar alto, y cuando ellos veían el sol salir sobre el monte Moab, sonaba la trompeta. Entonces alguien abría la puerta del templo, y comenzaba el servicio cotidiano. Ellos estaban cumpliendo su misión. Entonces las personas de Israel empezaban a entrar.

Ellos tenían un sistema de sacrificios. Tenían un sacerdocio. Tenían un altar de bronce, un lugar santo, un candelero, el pan de la proposición. Y también tenían el altar de oro. Más que eso, por detrás del velo, estaba el Lugar Santísimo. Todo estaba de acuerdo al patrón que Dios había mostrado a Moisés, y después a David. Si nosotros vamos a nuestras Biblias, vamos a descubrir que todo estaba en orden. Todo estaba de acuerdo a la Biblia.

Cuando los judíos miraban su historia, tenían toda la razón para sentirse orgullosos. Ellos podían decir: «Nosotros tenemos más de mil años de historia. Dios está con nosotros. Esta es la ciudad del Gran Rey». Más que eso, cuando uno ascendía el monte del templo, según la historia, especialmente a la hora que el sol salía, podía ver la gloria del templo de Dios. No nos habría dejado de impresionar. Por eso los discípulos dijeron al Señor Jesús: «¡Qué bello templo, qué bellas piedras!».

Ahora, hermanos y hermanas, eso representa la estructura exterior. Todo estaba correcto. Hablando estrictamente, si aquella era la casa de Dios, nuestro Señor no debería irse de ella, porque sería también su casa. En el patio del templo había un lugar de reposo, donde él podía pernoctar. Pero entonces, ¿por qué nuestro Señor tuvo que irse al Monte de los Olivos?

Hablando externamente, todo estaba de acuerdo a la Biblia. Algunas veces podemos decir: nosotros tenemos aquí todo de acuerdo a la Biblia. Pero esto no es todo el tema aquí. Hablando externamente, el templo estaba allí, pero la realidad se había ido. Por eso tenemos que ser sensibles al movimiento del Espíritu Santo. Cuando uno estudia el evangelio de Juan casi cada día nuestro Señor pasaba en el templo, pero la realidad ya se había ido.

El pueblo de Israel podía decir: «nosotros tenemos el orden bíblico. Todo está de acuerdo a como ha sido revelado en el Antiguo Testamento». Algunas veces nosotros decimos: «nosotros tenemos el orden de la iglesia del Nuevo Testamento». Pero, hermanos, el punto no es ese; no es si eso está correcto o errado. El punto es: ¿hay realidad allí? La iglesia es la casa de Dios, el nombre es correcto, el orden es el correcto, todo está correcto, pero sólo una cosa nos va a preguntar el Señor: «¿Hay alguna realidad allí? ¿Puedo encontrar mi reposo allí?» Por eso el Señor hizo del monte de los Olivos su casa.

Betania: El lugar de su reposo

Algunas veces nosotros pensamos que probablemente él pasaba la noche en alguna cueva. Pero no era así. El Señor no tenía que dormir en una cueva, pues había una casa abierta para él en el monte de los Olivos.

Para entender esto, yo tengo que explicar a ustedes un poco de la geografía de Jerusalén: al este del monte de los Olivos está el Mar Muerto; al oeste está el Mar Mediterráneo. Si alguien mira hacia el oeste desde el Monte de los Olivos ve la ciudad de Jerusalén, y ve también el templo sobre el monte Moriah, porque el monte de los Olivos es más alto que el monte Moriah. Entre estos dos montes hay un valle muy profundo, el valle de Cedrón. Ahora, durante el día nuestro Señor estaba en el monte del templo; al atardecer bajaba por el valle de Cedrón y subía el Monte de los Olivos –donde estaba el huerto del Getsemaní–; luego, al bajar desde la cumbre del Monte hacia el lado oriental había una pequeña aldea, Betania.

Por la Palabra de Dios vamos a darnos cuenta que cuando nuestro Señor Jesús iba a Betania, pasaba por el monte de los Olivos. Si leemos los cuatro evangelios, especialmente en la última semana antes de la crucifixión, veremos que todas las noches él salía de Jerusalén e iba a Betania. Hay algo muy interesante aquí: cuando el templo de Dios en Jerusalén se tornó en una cáscara sin contenido, en un árbol lleno de hojas, pero sin fruto, nuestro Señor iba hacia el Monte de los Olivos, porque allá en Betania hallaba su reposo.

Hermanos, tenemos Betania contra Jerusalén. ¡Qué contraste! En Betania uno no encuentra un millón de personas, ni una historia gloriosa, pero era allí donde nuestro Señor podía pasar la noche, allí podía encontrar su descanso. Ahora, ¿qué es Betania?

La mejor descripción de Betania está en los escritos de Juan. 
Vamos a leer Juan capítulo 12, versículo 1-3: «Seis días antes de la Pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. (Donde hay muerte y resurrección allí está la realidad de Betania). Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume».

Vamos a leer con cuidado. Esto es Betania. Este es el lugar donde nuestro Señor pasaba las noches. Este es el lugar donde él encontraba reposo. Betania es el lugar donde encontramos a Lázaro, el testimonio de muerte y resurrección, y donde Marta servía. La cena estaba lista, porque Marta estaba allí. Y entonces encontramos que Lázaro estaba a la mesa con ellos. Si esto es la casa de Dios, no solamente Dios va a encontrar su descanso: nosotros también vamos a encontrar nuestro reposo. ¿Vemos qué bella figura tenemos aquí?

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro de mucho precio y ungió los pies del Señor, y los enjugó con sus cabellos. ¿Dónde estaba María? María estaba a los pies de nuestro Señor Jesús. Siempre encontramos a María sentada a los pies de nuestro Señor. Así pues, ¿dónde nuestro Señor podía encontrar la realidad de la vida de la iglesia? Aquí encontramos a Lázaro, a Marta y a María a los pies de Jesús. Pero en esta ocasión María no solamente está escuchando la palabra de Jesús, sino que está ungiendo sus pies. Para algunos de los discípulos era un desperdicio, pero entonces algo sucedió: La casa se llenó del olor del perfume. Todos en aquella casa pudieron sentir el olor del perfume. Esto es Betania. Aquí encontramos la realidad.

La alegoría de la higuera

Vamos a leer en Marcos 11:12-14. «Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos.» Vean una cosa interesante aquí. Nuestro Señor recién había dejado Betania, por la mañana temprano. Entonces, en el camino hacia Jerusalén vio de lejos una higuera llena de hojas. Entonces fue a ver si hallaba en ella algo, porque tenía hambre. Ahora, voy a hacer una pregunta: Si nuestro Señor Jesús está en mi casa, ¿es posible que salga por la mañana con hambre? La Biblia nos dice que él salió de Betania, y Marta estaba allí. ¿Pueden imaginarse, si Marta en verdad servía al Señor, que iba a permitir que él saliera de su casa sin desayuno? ¡Imposible!

Sin duda, Marta había servido desayuno al Señor. Pero entonces, ¿por qué él tenía hambre? Es que no se trataba de hambre física, sino espiritual. Esta es una lección espiritual. Esa higuera no es una simple higuera; esa higuera representa algo. Nuestro Señor busca frutos en la higuera, pero no los encuentra. La Biblia nos dice que nuestro Señor la maldijo, por lo que se secó desde la raíz hasta el tope.

Tal vez nosotros no entendemos por qué nuestro Señor maldijo esta higuera. Pero si usted estudia su Biblia, verá que la higuera representa la nación de Israel, y que Dios deseaba obtener algo de Israel.

Si estudiamos el libro de Jueces, vemos que Dios tiene un propósito para los diferentes árboles. Así, el propósito de Dios para el olivo es el aceite (aunque también de él se pueda hacer madera), y para la vid es el vino, por eso, aunque la uva sea muy bella, ese no es el propósito de Dios para ella.

En el libro de Jueces vemos que el propósito de Dios con la higuera son sus frutos. Por eso, cuando nuestro Señor vio aquella higuera llena de hojas, pero sin ningún fruto, él profirió una maldición. ¿Por qué? Porque nuestro Señor no desea pretensión. Si no hay frutos, ¿por qué hay hojas? Cuando tenemos hojas, nosotros impresionamos a las personas con ellas. Es como la historia de Israel: ellos tenían el monte del templo, y tenían un hermoso templo. Pero cuando no hay realidad, cuando solamente estamos impresionando a las personas con números, con edificaciones, entonces eso es pretensión. Y si Dios todavía ama aquel árbol, él desea que ese árbol sea honesto. Si no tiene fruto, entonces ¿por qué no se seca hasta la raíz? Sea honesto.

Hoy Dios odia la pretensión. Nosotros los cristianos no debemos mentir, pero algunas veces tenemos una apariencia externa; damos a las personas una impresión errónea. Sin embargo, la realidad no está allí. Cuando los discípulos dijeron: «¡Qué bello templo!, ¡qué bellas piedras!», nuestro Señor dijo: «Viene el día en que no quedará piedra sobre piedra de este templo». Nuestro Señor dijo a Jerusalén: «Voy a dejar tu casa desierta».

En el comienzo él habló de «la casa de mi Padre». Pero luego él fue tan desengañado, que fue a ver la higuera con puras hojas. Cuando la casa de Dios es solamente una cáscara vacía, es engañosa. Ahora, hermanos, por causa de que Dios ama al pueblo de Israel, un día habría de dejar la casa vacía. No quedaría allí piedra sobre piedra.

¿Ha oído decir usted a algunas personas decir: «Esta es mi iglesia»? Nuestro Señor dijo: «Yo edificaré mi iglesia». ¿Cuándo ella se tornó tu iglesia? Si quieres que sea tu iglesia, entonces el Señor dice: «Yo dejaré tu casa desierta». Aunque Cristo ame su Iglesia, no olvidemos que el juicio comienza por la casa de Dios. La iglesia de Dios perdió su realidad –nosotros lo hemos visto a través de la historia de la iglesia –; no solamente el judaísmo la perdió, también la iglesia.

El judaísmo tenía la revelación que vino de Dios. Gracias a Dios, la iglesia, que fue edificada por Cristo mismo, tiene el Nuevo Testamento. Tenemos toda la revelación de Dios. Pero la pregunta es esta: ¿Somos honestos delante del Señor? nosotros podemos tener hojas, pero nuestro Señor tiene hambre. Él está buscando los frutos, está buscando la realidad. ¿Dónde está la realidad?

El secreto de la higuera

Si volvemos a Marcos capítulo 11, la Biblia dice: «Él no halló nada sino hojas, pues no era tiempo de higos». Tenemos un problema aquí. Si no era tiempo de higos, ¿por qué nuestro Señor buscaba higos? Si no era tiempo de higos, es claro que nuestro Señor no iba a encontrar ninguno. Pero aquí tenemos una cosa muy interesante de por qué Betania representa la realidad espiritual de la iglesia.

Necesitamos conocer la historia de las higueras en la Tierra Santa. Ocurre que hay dos cosechas de la higuera. Una es llamada el fruto del invierno, la otra es el fruto del verano. Depende entonces de cuándo usted busca fruto. En realidad, nuestro Señor esperaba los frutos del invierno. Aquellos frutos que habían pasado a través del invierno. Entonces, cuando viene la primavera, uno va a encontrar los frutos de la resurrección. Esto tiene que ver con un principio espiritual. Si algo puede alimentar a las personas; si algo puede satisfacer a nuestro Señor, siempre tiene que pasar primero por el invierno. Primero está la muerte, después la primavera de la resurrección.

Durante el invierno, uno encuentra que no hay hoja alguna. La mano despojadora de Dios quita todo de ese árbol. Tiene solamente las ramas, pero ni hojas, ni frutos. Pero si uno mira las ramas, ve una cosa interesante: todavía están allí las marcas de los frutos. En el tiempo de invierno, uno todavía puede encontrar los hoyos aquí y allá a lo largo de la rama. Ellos son el indicio de que el fruto estuvo allí. Y cuando viene la primavera, los frutos siempre surgen donde están aquellas marcas. Es muy interesante.

Hay una regla en el reino vegetal de nuestro Dios: normalmente tenemos primero las flores, luego el fruto. Mire usted cualquier árbol: siempre va a haber flores primero y después el fruto. Pero la higuera no. Por eso es que en chino nosotros traducimos la higuera como una fruta sin flor, porque nadie ha visto la flor de la higuera. El secreto es ese. Si uno quiere conocer la realidad de la higuera, nosotros debemos saber que su flor brota, pero no delante de nosotros. Ningún ojo humano puede ver florecer esta flor.

En la primavera, su pequeño fruto, de acuerdo con el Cantar de los cantares, es llamado el fruto verde. No es del tamaño del fruto final, es más pequeño, del tamaño de una cereza. Es un fruto no maduro. En la primavera, cuando están los frutos verdes en las ramas, ocurre una cosa muy interesante: las flores están brotando dentro del fruto. Los frutos tienen un orificio, por donde entra la abeja y hace su trabajo de polinización. Ahora sabemos que sí la higuera florece, pero con una belleza interna. Este proceso no es para que el mundo lo vea y lo alabe. Esa es una característica de la higuera.

En una higuera nosotros tenemos flores, pero su belleza es una belleza interna. «Cristo en nosotros la esperanza de gloria». cuando la vida de Cristo habita en nosotros, cuando el Espíritu Santo está trabajando en nosotros, hay un proceso de maduración en marcha. Sólo el propio Dios puede apreciar la belleza de este proceso de crecimiento. Esta es la característica de la vida de Cristo en nosotros.

Es esto lo que el Señor está buscando. En la primavera, este fruto verde es formado, y entonces empieza el proceso de maduración. Pero hay una cosa muy importante. El lapso entre la primavera y el verano es el tiempo más importante. Es el tiempo de la prueba. Este fruto verde tiene que aprender una lección: cómo habitar en la rama, porque un día vendrán los vientos, y será probado. Si aquel fruto verde permanece en la rama cuando el árbol sea sacudido, entonces en el verano, será un fruto maduro. Será un hermoso y maduro fruto de higuera.

Todos los granjeros saben muy bien. Cuando ellos miran a la higuera, no están buscando el fruto maduro, sino el fruto verde. Ahora, si uno no encuentra ningún fruto, ¿qué significa eso? Que no ha pasado la prueba. Significa que cuando vino la tormenta, ellos no pudieron permanecer. Si uno no encuentra ningún fruto en una higuera, no hay esperanza de cosecha. Por esa razón el Señor maldijo el árbol.

No solamente importa el proceso de crecimiento, sino que todo opera juntamente, es decir, lo exterior también. Entonces tenemos el viento que sopla del norte, y el viento que sopla del sur, el que sopla del oriente y el que sopla del occidente. Algunas veces es un verdadero remolino. Así, todas las cosas cooperan juntamente para que podamos ser conformados a la imagen de Cristo, para que podamos tener una cosecha.

Dios estaba esperando una cosecha del pueblo de Israel. Pero lamentablemente nuestro Señor no encontró ningún fruto. El pueblo de Israel tenía una maravillosa historia, algunas veces pasaron por tiempos muy difíciles, pero cuando prosperaron, ellos fracasaron. No pudieron pasar la prueba. Por eso uno no veía nada sino hojas. Por eso el Señor profirió una maldición sobre él.

Cuando el ejército romano tomó la ciudad de Jerusalén en el año 70, aquella higuera en verdad se secó. Y más que eso, la nación de Israel desapareció de sobre la faz de la tierra. Pero gracias a Dios, nuestro Señor profirió también otra profecía. El dijo: «Un día cuando vean la higuera floreciendo de nuevo, el Hijo del hombre está a las puertas». en el año 1948, el 14 de mayo, todos nosotros fuimos testigos del renacimiento de la nación de Israel.

El pueblo de Israel estaba vagando en el desierto, y entonces ¿quién tomó el lugar de Israel? La Iglesia de Dios fue la que tomó el lugar de Israel. No podemos olvidarlo: Betania representa a la iglesia de Dios. ¿Por qué? Esto es muy interesante.

Betania representa la realidad de la iglesia

¿Cuál es el significado de «Betania»? Betania significa «casa de higos». Todos los frutos están allí, por eso es llamada «casa de higos». Pero aún más sorprendente: en griego, Betania significa «la casa de los higos no maduros». ahora uno entiende. Significa que, aunque ellos no estén maduros, no estén perfectos, si uno encuentra frutos no maduros, un día habrá una cosecha. Ellos no son perfectos, pero un día ellos serán conformados a la imagen de Cristo.

Recordemos: La operación del Espíritu Santo tiene dos aspectos; uno es interior, como aquella abeja que está trabajando en el interior del fruto. El Espíritu Santo habita en nuestros espíritus. Esa es una parte de la obra del Espíritu Santo. Él intenta hacernos madurar por medio de la operación de la cruz. Eso es en lo interior. Pero hay otro aspecto: también vemos que todas las cosas cooperan juntamente. Entonces uno descubre que todo nuestro ambiente se vuelve un fiel siervo de Dios. Esta es la operación externa del Espíritu Santo a través del ambiente. Así, a través de este camino, nosotros vamos siendo madurados.

Betania significa que ellos no están completos, que no son perfectos. Betania es la casa de los higos no maduros. Cuando uno ve el árbol lleno de frutos verdes, eso es muy diferente de Israel. Esto significa que nuestro Señor ha encontrado su realidad aquí. Por eso nuestro Señor pudo encontrar su descanso en Betania. Eso es muy, muy importante.

Nosotros no debemos procurar tener una apariencia externa, sino tener la realidad interior. Si tenemos esta realidad, entonces en verdad nuestro Señor va a encontrar su descanso en nuestro medio. Entonces podremos decir que, por la gracia, la iglesia en verdad es la casa de Dios.

Finalmente, vamos a recordar que antes de la ascensión de nuestro Señor, él llevó a sus discípulos hasta Betania. Betania está ubicada en el Monte de los Olivos. Y nuestro Señor ascendió a los cielos desde allí. Cuando él ascendió a los cielos, su rostro estaba vuelto hacia su pueblo, y sus espaldas estaban vueltas hacia Jerusalén. Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, todo lo que él veía eran las lágrimas de María, a Marta, Lázaro y todos sus discípulos.

Hermanos y hermanas, el mundo es atraído por las apariencias externas, porque los números impresionan, los edificios impresionan. Pero cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, sus espaldas estaban vueltas hacia Jerusalén. Aunque Jerusalén haya sido llamada la ciudad del gran Rey; aunque la presencia de Dios haya estado allá antes, aunque la gloria de Dios estuvo allá antes, cuando la realidad se fue, no quedó piedra sobre piedra, porque se tornó una cáscara vacía. ¿No es eso una lección importante para cada uno de nosotros?

La iglesia de Dios ha pasado por casi dos mil años, y si uno mira toda su historia, encuentra que es una bella historia: la presencia y la gloria de Dios estuvieron en ella antes, ¿pero qué sucede hoy? sin embargo, lo importante es: Uno nunca puede señalar con el dedo a otros, porque Dios está llamando Lázaros, Dios está llamando Marías, Dios está llamando Martas.

Ahora hermanos, ¿qué es la iglesia de Cristo? La iglesia es el lugar donde uno encuentra el testimonio de la resurrección, y el servicio de los santos. ¿Qué más vamos a encontrar? que todas las personas son como María. En todo tiempo, cuando uno los mira, ellos están a los pies de nuestro Señor Jesucristo.

Ahora, ¿por qué tenemos que estar siempre a los pies de nuestro Señor Jesucristo? porque no hay otros pies como los suyos, que fueron perforados cuando murió por nosotros en la cruz. Cuando uno ve esos pies con las marcas, nos hacen recordar la historia de la cruz, aquel amor que nunca nos dejará. Cuando uno es tocado por ese amor, uno no puede hacer otra cosa sino ofrecerse a sí mismo como un sacrificio vivo. Uno desea quebrar el vaso que contiene el perfume de nardo puro, y derramarlo todo. Para que toda la casa se llene con el olor del perfume.

Si nosotros tenemos cien personas juntas aquí, puede ser una congregación de cien personas, pero también puede ser la iglesia de Cristo, si es que cada una de estas cien personas se atreven a ser desperdiciadas para el Señor, se atreven a romper su vaso de alabastro, si cada uno presenta su cuerpo como un sacrificio vivo. Entonces no tendremos que decir: «nosotros somos la iglesia». No digamos: «nosotros somos el testimonio de Cristo». No digamos: «nosotros estamos por la recuperación de la iglesia». esto puede ser verdadero, pero lo importante es que cuando alguien venga a nuestro medio descubra que la casa está llena del olor del perfume. Hermanos y hermanas, eso es la iglesia de Cristo. Eso es lo que el Señor está buscando hoy antes de su regreso.

Vivir la vida de iglesia es tal como la vida de familia. Como cuando el marido dice: «¡Ah, yo amo tanto a mi esposa!», el mundo va a querer ver no sólo sus palabras, sino cómo él está dispuesto a entregarse a sí mismo por amor a ella. Entonces, ¿cómo saber si tenemos el testimonio del Señor? No es por las palabras, sino por cómo uno vive esta vida. Si nosotros tenemos esta realidad, bien. Si no la tenemos, seremos exactamente como una higuera, llena de hojas, pero sin ningún fruto. Eso nunca podrá satisfacer el hambre de nuestro Señor.

Hermanos y hermanas, ¿qué va a complacer el corazón de nuestro Señor? La casa de los higos no maduros. ¡Gracias al Señor! nosotros no somos perfectos, pero tenemos el potencial. Tenemos un mañana. Seremos transformados en la imagen de Cristo. Quiera el Señor hablar a nuestros corazones.
Christian Chen

Betania, modelo evangélico



INTRODUCCIÖN.

Queremos en nuestras Asociaciones tener como referencia la realidad evangélica de BETANIA. Descansar en la casa deBetania junto a Jesús, es saborear ese momento único y privilegiado que inunda de paz en lo íntimo del corazón. Cuántas veces nos hemos planteado lo que nosotros hubiéramos hecho si nos hubiera tocado vivir en tiempo de Jesús; tenemos la seguridad que hubiésemos acudido a todos los lugares donde El descansaba. Pero no hemos caído en la cuenta que esto no es cosa del pasado sino del presente. Esto se repite hoy. Por eso queremos invitarte desde nuestras asociaciones a que nos acompañes para marchar hacia Betania. Jesús descansa allí, en Betania, con sus amigos se trata de irnos a encontrar con Él; todos estamos invitados.

Cerca de Jerusalén -a tres kilómetros- está Betania. Allí viven Lázaro, Marta y María. Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo para los días que le esperan.

En el trayecto a Jerusalén Jesús pasa por Betania. La actividad de los días anteriores había sido intensa. El camino que lleva de Jericó a Betania es empinado, requiere una ascensión continua y transcurre por terreno desértico. Jesús y los suyos debieron llegar cansados. Allí fue recibido por Lázaro, Marta y María.

El aposento alto del primer capítulo de los Hechos está relacionado con Betania, «la casa de los higos», y Betania con el aposento alto. Lo que está ante nosotros es el deseo del Señor de tener al final lo que tuvo al principio – tener en su pueblo, espiritualmente, lo que él constituyó por su propia presencia al principio. Resumiendo Betania, corresponde totalmente al pensamiento del Señor. Él quiere tener las cosas sobre la base de Betania, constituidas según Betania, y quiere tener su Iglesia universal representada localmente por ‘Betania’.

Betania es famosa por tres cosas:

* En Betania está la casa de Marta, María y Lázaro, los amigos de Jesús: "Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: « Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude. » Le respondió el Señor: « Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10, 38-42).

* En Betania está la casa de Simón, el leproso, donde María ungió los pies a Cristo:"Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a él una mujer que traía un frasco de alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa. Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: « ¿Para qué este despilfarro? Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres. » Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo: « ¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya" (Mt 26, 6-13).

* Pero sobre todo, Betania es famosa porque allí hay una "cicatriz de la tierra", el sepulcro de Lázaro, mencionado por todos los itinerarios de peregrinos: "Entonces Jesús les dijo abiertamente: « Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él. » … Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. …Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: « Quitad la piedra. » Le responde Marta, la hermana del muerto: « Señor, ya huele; es el cuarto día. » Le dice Jesús: « ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? » …Quitaron, pues, la piedra… Entonces Jesús … gritó con fuerte voz: « ¡Lázaro, sal fuera! » Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario" (Jn 11, 14-17.19-40.43-44).

Para ver esta referencia evangélica respecto a Betania con más detalle, seguiremos los pasajes, donde Betania es mencionada.


1.- El Señor reconocido y recibido

«Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea (no se olvide que estas aldeas representan iglesias locales); y una mujer llamada Marta le recibió en su casa Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo...» (Lucas 10:38).

En esta primera mención de Betania, tenemos una o dos cosas que en principio representan esa iglesia, esa casa en la cual el Señor tiene puesto su corazón. «Y una mujer llamada Marta le recibió en su casa». La palabra «recibió» es la clave de todo, y representa precisamente aquello que hace la gran diferencia, entre creyentes y no creyentes.

Recordemos que con respecto a la venida del Señor desde la gloria a esta tierra, se dijo: « Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11).
 Él dijo de sí mismo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza» (Lucas 9:58). Si entendiéramos su real significado, cuando reflexionamos acerca de quién se dice lo primero, y quién está diciendo lo segundo, quedaríamos atónitos. He aquí el Creador de todo, el Dueño de todo, el Señor del cielo y de la tierra; quien tiene el mayor derecho a todo más que cualquier otro ser en el universo; el Señor para el cual y a través del cual fueron hechas todas las cosas. 
Él vino, y no tenía dónde recostar su cabeza en el mundo de su creación, en el mismísimo ambiente donde todos sus derechos son soberanos. No fue recibido; y aun, como una real expresión de la actitud de su propio pueblo, él lo denunció, diciendo: «Éste es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña...» (Mateo 21:38,39).

Aquí leemos: «Y una mujer llamada Marta le recibió...». «Mi iglesia». Su iglesia, su casa espiritual, es el lugar donde él es recibido con gozo y donde encuentra su reposo. Este es su lugar, su lugar en un mundo que lo rechaza; el lugar donde él es reconocido. Pentecostés fue eso: «Así que, los que recibieron su palabra...» (Hechos 2:41). Este es el principio de la iglesia – así es en todo lugar. Es una percepción espiritual, expresada en un corazón receptivo. Esta es la primera cosa que caracteriza a su iglesia: el recibirlo.

Y es por eso que el Señor ha querido tener aquí a su iglesia repartida en muchas asambleas locales, sobre toda la faz de la tierra. Ellas son testimonio de su presencia sacramental, de su cercanía amorosa y amigable como "Camino, Verdad y Vida".

En esto consiste el evangelio. Evangelio, como indica su etimología griega (eu=bien; angelion =mensaje), es una buena y gozosa noticia. Es el anuncio de la gracia —amor incondicional de Dios al hombre—, de la salvación, de la nueva vida que Dios inaugura en la historia con la venida de su Cristo. En el evangelio se nos revela el misterio de Dios, la dignidad del hombre, la transfiguración del mundo. El evangelio no es ante todo una exigencia, sino un don inaudito que entraña exigencias de vida nueva. El contenido central del evangelio consiste, pues, en la iniciativa gratuita y soberanamente bienhechora de Dios que se encarna en Jesucristo. 
El anuncio (evangelio en sentido activo) consiste en la palabra (¡y los signos!) que proclama el advenimiento de la gracia, promete su realización gradual y su consumación, crea ya lo nuevo.

Ellas están aquí para proclamar la Buena nueva del Evangelio. En esta perspectiva, evangelizar quiere decir haber recibido el encargo o mandato de proclamar la venida de los tiempos nuevos, de ser el heraldo, el pregonero público de lo que Dios lleva a cabo. En este itinerario de la evangelización hay que tener en cuenta dos elementos inseparables: la proclamación activa de un contenido que el mensajero tiene el encargo de anunciar, por una parte; y, por otra, la acogida, es decir, la recepción de dicho contenido. Creer el evangelio, cambiar de vida, convertirse, es tan importante como proclamarlo. Sin acogida, el anuncio no sirve de nada.

Nosotros queremos en nuestras Asociaciones ser una "casa de Betania", una de esas asambleas donde Ël es acogido.

Por lo cual la iglesia ha de ser localmente representada; por lo que cada creyente ha de estar aquí en la tierra: una posición para el Señor en esta tierra, un testimonio de su soberano señorío y derecho. Recibir al Señor le proporciona a él tal posición y tal testimonio.

Vemos cómo el primer asunto en relación a Betania es de suma importancia. Representa un principio de tremendo valor. La Iglesia se constituye, para empezar, en el simple principio de que Cristo ha encontrado un lugar: en medio de toda una seria de rechazos, él ha encontrado un lugar.


2.- La satisfacción de su corazón

Continuamos con el pasaje: "...le recibió en su casa…". Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra». Literalmente, las palabras son: «quien se sentó a los pies de Jesús y continuaba escuchando su palabra». Eso fue lo que irritó a Marta: ella continuaba escuchando. Lo que Marta realmente dijo al Señor estaba en el mismo tiempo verbal. Cuando ella vino al Señor, dijo: «¿No te molesta que mi hermana continúe dejándome servir sola?». Ella «continuó escuchando».

Al Señor debe ofrecersele aquello que él más desea, que es la satisfacción de su corazón. El corazón del Señor encontró satisfacción en lo que María hizo. Este es el verdadero significado de Betania.

En Mateo 21, encontramos la historia de la higuera. Jesús va desde Jerusalén a Betania; él ha estado en Jerusalén y ha visto las cosas en el templo. Su corazón se ha dolido con la agonía del desengaño. Él ha observado todas las cosas, pero no ha dicho nada, y ha regresado a Betania. Por la mañana, cuando va de camino, tiene hambre, y viendo una higuera, se acerca para ver si tiene frutos. Pero no encuentra ninguno, y dice, «Nunca jamás nazca de ti fruto». Cuando vuelven, los discípulos le hacen notar que la higuera está marchita y muerta.

Esa higuera, como sabemos, se refería a Jerusalén, y es un tipo del Judaísmo de aquel tiempo. El desengaño del corazón que el Señor había encontrado en el templo se equipara con el desengaño al venir hambriento a la higuera y no encontrar frutos; ambas cosas son una. Ese orden de cosas, entonces, queda fuera de su esfera de interés; el judaísmo queda fuera por el resto del siglo. «Nunca jamás nazca de ti fruto». No puede satisfacerlo, por tanto, queda fuera; es un árbol marchito que no le proporciona nada al Señor.

Pero mientras aquel desengaño del corazón se siente tan agudamente, y es registrado de esa forma por él, va a Betania. Betania quiere decir «la casa de los higos.» Ni en el templo, ni en Jerusalén encuentra el Señor su satisfacción, sino en Betania. Es por eso que él siempre iba allí. La satisfacción de su corazón no estaba ahora en el frío, inanimado y formal sistema religioso vigente, sino en la atmósfera viva, cálida y palpitante de la casa de Betania. Él siempre supo que, aunque sus palabras eran rechazadas en Jerusalén, ellas eran aceptadas y oídas ávidamente allí, y habría siempre alguien que ‘continuaría escuchando’.

En Hechos 2, se dice que, después de Pentecostés, los que creyeron «perseveraban en la doctrina de los apóstoles»(vs.42). Allí comenzó la iglesia, y ésa es su característica: «perseveraban en la doctrina de los apóstoles». Estamos tan acostumbrados a esas palabras que ellas no parecen transmitirnos mucho.

La palabra clave es ‘perseverar’. «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles». Hay total diferencia entre persistir en la enseñanza, y marcharse diciendo: ‘Creo que fue un mensaje muy bueno’. Perseverar representa la aplicación práctica, positiva, del corazón de la verdad, y eso constituye la iglesia del Señor; es donde lo que viene de él es recibido y donde el corazón entero, la vida entera, se da a él.

Y eso fue probablemente lo que a Marta no le gustó. María entretanto se abandonó a él, se dio a él; y eso era lo que el Señor buscaba. Me pregunto cuál sería el resultado si nosotros tomamos esa actitud hacia cada palabra de verdad divina que nos llega. Cuando pienso en las montañas de verdad que han sido construidas, no puedo dejar de preguntar: ¿Cuál es el porcentaje de verdadera aplicación de esa verdad por parte de aquellos que la oyen? Fue porque ellos tomaron tal actitud práctica al principio hacia las cosas que oyeron, y perseveraron en ellas, que hubo tal efectividad. Ellos no se marcharon diciendo: ‘¡Qué maravilloso sermón predicó Pedro hoy!’ No, ellos perseveraron en la enseñanza de los apóstoles.

Eso es lo que el Señor desea. Es lo que satisface su corazón. María se sentó a sus pies y continuó escuchando su palabra, y eso satisfizo el corazón del Señor cuando todo lo demás lo defraudó. La satisfacción de su corazón debe ser un rasgo de la vida de su pueblo; y la satisfacción del corazón suyo es simplemente esto, que nos apropiemos de su palabra, que la estimemos debidamente, la consideremos como la cosa suprema. La iglesia debe ser «la casa de los higos» para el Señor.


3.- Una cuestión de proporción

Miremos ahora a Marta. «Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo...». El griego es muy fuerte aquí. Si ella hubiera dicho todo lo que estaba en su mente, habría dicho al Señor: ‘Tú eres el responsable por esto, tú cooperas con esto, y depende de ti ponerle atajo’. Es lo que está implícito en las palabras originales. Había estado guardando esto, y por fin, incapaz de contenerse por más tiempo, vino a él y estalló: «Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude».

Simplemente era necesario un ajuste de cosas por parte de Marta, para que lo más importante tuviera su lugar. No era que al Señor no le simpatizara que Marta estuviera preparándoles comida, sino que él vio que este afán doméstico era para ella cosa trabajosa y agobiante, que se salía completamente de toda proporción, que la llevaba a poner las cosas más esenciales en un lugar inferior.

Sí; una comida puede ser buena, pero ojalá pongamos las cosas en su correcta proporción. Que las cosas temporales no sobrepasen lo espiritual. No estemos tan ansiosos y entretenidos en las cosas pasajeras de tal modo que las cosas espirituales sean eclipsadas. Porque lo único que mantiene todas las otras cosas en su lugar correcto es lo que viene de los labios del Señor.

Es una cuestión de proporción, es una cuestión de dónde se está poniendo el mayor énfasis. Es una cuestión de si estamos permitiendo que las cosas de esta vida nos absorban, nos ocupen, y nos rodeen con ansiedad, de tal manera que las cosas mayores no estén teniendo su oportunidad. Creo que todos coincidimos en que no tendríamos ninguna disputa con el Maestro acerca de María cuando vemos las cosas de este modo.

Esa era la situación completa. En la casa de Dios, por sobre todos nuestros asuntos, por sobre todas nuestras miles de febriles actividades de obra cristiana –la única cosa que importa es llegar a conocer al Señor, y darle una oportunidad a él para darse a conocer. A menudo, hay febriles actividades en lo que se llama ‘la iglesia’, que excluyen la voz del Señor, lo dejan fuera; es todo lo que estamos haciendo, y así él no tiene ocasión para hablar. El lugar que lo satisface es el lugar que se ajusta a las cosas supremas.


4.- El perfume de gran precio derramado

Vamos al cuarto, en Mateo 26:6-13. Se trata de la misma aldea, y ahora es el pasaje de la mujer con «un vaso de alabastro de perfume de gran precio». Este incidente nos habla en primera instancia del reconocimiento del valor del Señor Jesús. Todos los que vieron, dijeron: ‘Él no vale la pena’. eso es lo que se concluyó: ‘Él no vale la pena’. Por supuesto ellos no habrían dicho eso, pero se implica. Ella, sin embargo, reconoció su valor –él valía el ‘gran precio’. Era la gran preciosidad de Cristo que estaba a la vista aquí, como algo reconocido. Eso, pienso, es el asunto principal. Este es un rasgo de Betania, un rasgo del aposento alto, un rasgo de «Mi iglesia». es un rasgo de la asamblea del Señor, un rasgo del pueblo que está en su propio corazón: el reconocimiento de su preciosidad, su valor supereminente, de manera que no haya nada demasiado costoso para ponerlo a sus pies. «Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso –es la preciosidad» (1 Pedro 2:7).

Esa es la causa que hace a su iglesia de gran valor para él, que allí su valor se reconoce, y él es apreciado y estimado cada vez más en su verdadero valor. Eso debe marcar a la casa del Señor. Es un rasgo que debe ser desarrollado cada vez más. Es una cosa a la que debemos atender, que tengamos un diligente y siempre creciente reconocimiento de la preciosidad y valor del Señor Jesús. ¡Oh, cuán diferente es esto, a veces, del sistema de iglesia meramente formal!

La ruptura del vaso permite mostrar la preciosidad del perfume. Es ‘el vaso de barro frágil’ que, estando roto, hace posible la manifestación y expresión de las glorias de Cristo. Mientras ese frasco está entero, fuerte, y sano, tal vez digamos de él: "Él es un bonito jarrón, una maravillosa pieza de alabastro" –pero no estamos llegando a lo que está en el secreto. Nosotros podemos considerar a los hombres con intelectos espléndidos, hombres muy bien presentados, predicadores maravillosos, etc., –ocupados con el vaso, el jarrón– y lo demás estar sellado, estar escondido; pero cuando el jarrón se quiebra y es desparramado, entonces llegamos al secreto del tabernáculo que contiene la gloria de Cristo.

Vemos esto en Pablo. Supongo que Saulo de Tarso era intelectual, moral y religiosamente una maravillosa pieza de alabastro. Él mismo nos cuenta que así fue; nos habla de todo aquello en lo que podía gloriarse y que los hombres veían y sin duda alababan; pero él fue quebrado y ya no es más Saulo, y ya no es más Pablo, sino es la belleza y gloria de Cristo. Es la fragancia de Cristo, manifestada cuando el vaso es quebrado.

Amados, es así en nuestra experiencia. Se ha permitido a la iglesia, la verdadera iglesia, el ser quebrada, y quebrada de nuevo; lo mismo a los miembros individualmente. ¿No se ha probado a través de la historia que, para la iglesia y para el individuo, la ruptura, el ser quebrado, su desparramar y sus heridas, han provocado una expresión de las glorias de Cristo de una manera maravillosa? Ha sido precisamente así. Nosotros pasamos por una nueva experiencia de ser quebrantados; a veces lo ponemos de otra forma y decimos que estamos siendo llevados más profundamente a la muerte de Cristo, entrando en una experiencia renovada de la Cruz: sin embargo, como queramos decirlo, siempre significa la ruptura del vaso -, eso significa una más plena expresión y conocimiento de la gloria de Cristo, y nos traerá a una nueva apreciación de él. Descubriremos más de él en el tiempo de nuestro quebrantamiento. Y en la misma forma la iglesia atraviesa el camino de la Cruz, pero por esa ruptura viene a apreciar más el valor del Señor Jesús.

5.- El poder de su resurrección

Con Juan volvemos de nuevo a Betania, y en esta ocasión tenemos ante nosotros la resurrección de Lázaro. Betania, en este caso, es la esfera de la manifestación del poder de la resurrección, de la vida de resurrección. Hay muchas otras cosas aquí. Hay una maravillosa expresión de amor y de comunión en este capítulo. Lejos de Betania, el Señor dijo a sus discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme». No «mi amigo», sino «nuestro amigo». Eso es comunión. «Y amaba Jesús a Marta, y su hermana y a Lázaro». eso es amor. Todos éstos son rasgos de Betania; pero el rasgo que resalta aquí es la manifestación del poder de su resurrección, la vida de resurrección.

Y de nuevo aquí Betania es una ilustración de la iglesia que él está edificando. Sabemos esto por Efesios, ‘la epístola de la Iglesia’, como solemos llamarla. Muy pronto llegamos aquí al lugar donde se nos dice que «nos dio vida juntamente con Cristo» (Efesios. 2:5). La iglesia es el vaso en el cual es desplegado el poder de su resurrección; y aquí de nuevo no sólo testificamos del hecho, de la doctrina, sino tenemos que aplicar la prueba, que la iglesia según la mente del Señor es aquella en que se despliega el poder de su resurrección y de su vida.

Hemos de reconocer que el objetivo de nuestra existencia como iglesia, como su Cuerpo, es que él pueda desplegar en nosotros el poder de su resurrección y su vida. Al reconocer esto, concordaremos con el Señor en que hemos de consagrarnos a él. Allí termina nuestra responsabilidad; si brota de nuestro corazón, el Señor iniciará su obra.

Nosotros no podremos resucitarnos a nosotros mismos como tampoco podemos autocrucificarnos, pero hemos de reconocer que los tratos del Señor con nosotros tienen el propósito de desplegar el poder de su resurrección, para lo cual muy frecuentemente él tiene que permitir que las cosas lleguen más allá de lo que todo el poder humano pueda remediar o evitar, de permitir que las cosas vayan tan lejos que no haya otro poder en todo el universo capaz de hacer algo para salvar la situación. Él permitirá obrar a la muerte, a la desintegración, para que así nada, nada en el universo sea de algún provecho, excepto el poder de su resurrección.

La resurrección es el acto de Dios, y solamente de Dios. Los hombres pueden hacer muchas cosas mientras tienen vida, pero cuando no hay vida es sólo Dios quien puede hacer algo. Y Dios permitirá a su iglesia y sus miembros en todos los tiempos entrar en situaciones que están más allá de la ayuda humana, para que él pueda manifestarse a sí mismo donde ningún hombre tenga ocasión para gloriarse.

Así, el Señor Jesús dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». ¡Glorificado! Nos hemos ocupado de la marcha de las cosas; es decir, en la línea de la desesperanza humana, pero cuánto tardamos en aceptar que puede haber un resultado. Cuando las cosas llegan a una situación desesperada, nos ofuscamos y pensamos que todo ha salido mal.

De eso trata la resurrección; como sabemos, las palabras allí se conectan con esto: «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos» (Efesios 1:19,20). eso es «para nosotros los que creemos». ahora, la iglesia, el testimonio de Betania, es ser un testimonio del poder de su resurrección, y si sus métodos con nosotros lo hacen necesario, entonces animémonos y confortémonos con el hecho de que somos una verdadera expresión de lo que él desea de su iglesia.


6.- Celebrando su victoria

En el capítulo 11 al capítulo 12 de Juan leemos: «Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; y Marta servía...» (ella no había entendido, de las palabras del Señor, que ese servicio estaba mal; ella todavía está sirviendo, pero está bien ahora); «...y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume».

Aquí tenemos la fiesta, y la fiesta tiene varios elementos.

* Uno, representado por María y su acción, lo cual nos habla de adoración. Nuevamente, es la apreciación de Cristo que está a la vista. Eso es adoración. La adoración –según el pensamiento de Dios– es simplemente la valoración del Señor Jesús; llevando a la presencia de Dios el dulce aroma de un corazón que aprecia a su Hijo. Eso puede parecer simple, pero la adoración en su más pura esencia es lo que nosotros pensamos del Señor Jesús, expresado al Padre. La iglesia existe para esto. Betania habla de esto.

* La proporción. Marta servía, pero ahora es un servicio hecho en la proporción adecuada. Todavía está sirviendo, pero no hay ningún reproche ahora. Ya no hay ansiedad en su rostro; ella no está afanada en sus quehaceres: está sirviendo en una casa de resurrección. Aquí es un servicio proporcionado y el servicio en la casa de Dios es realmente según su pensamiento cuando el servicio es en comunión con, y en correcta proporción a, la adoración. Ahora hay ajuste entre las hermanas. Antes estaban en discordia, porque las cosas estaban desproporcionadas y fuera de lugar; ahora el ajuste ha sido hecho y ellas se entienden bien. Eso es servicio proporcionado.

* La resurrección. Lázaro estaba sentado a la mesa, y por supuesto esto representa el principio de la vida de resurrección. Eso, de nuevo, es una marca de la casa espiritual del Señor. Tenemos, pues, adoración, servicio proporcionado y vida de resurrección.


7.- Afuera y arriba
Concluye Lucas subrayando «Y los sacó fuera hasta Betania: y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo». ( Lucas 24:50-52).

Tres expresiones: «los sacó», «los bendijo», «fue llevado arriba». Salieron fuera con el Señor a su lugar de separación, bajo su bendición y unidos con él en el cielo. Para usar las palabras de Pablo, «...nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». eso es Betania, esa es la Iglesia, es lo que el Señor quiere tener hoy en la vida de los suyos.

Volvamos a repasar lo relativo a Betania y dejemos a nuestro corazón ejercitarse en estos aspectos propios de la "Casa de Betania".

(Trad.: Mario Contreras y Andrew Webb).

Aprendiendo de María y Marta



En el comienzo del ministerio, Jesús iba de paso y entró por una aldea llamada Betania a
3 kmde Jerusalén.
Lucas 10:38-42

Una mujer llamado Marta lo invitó a hospedarse en su casa.
Marta como buena judía lo hospedó dedicándole muchas atenciones.
No alcanzamos a darnos cuenta de la importancia que tiene la hospitalidad en Oriente.

María, su hermana, reconociendo la importancia del invitado, en vez de dedicarse a la tarea de hospedadora se dedicó a oír las palabras de Jesús, sentándose a sus pies.

Esto fue motivo de un gran conflicto sobre el que queremos meditar hoy.

Acá tenemos diferentes tipos de personalidades y diferentes tipos de servicio.
Es un desafío para la iglesia el poder integrar a ambos.

Más adelante, en los últimos días de Jesús antes de morir en Jerusalén, vemos una escena muy parecida otra vez estuvo hospedado en la casa de ellas en Betania. Juan 12:1-8

Pero esta vez ambas habían aprendido a ubicarse cada una en su lugar, cada una en su ministerio.

Seis días antes de la última Pascua, le hicieron una cena a Jesús, estaba Lázaro el que había muerto y había resucitado, y las hermanas Marta y María.
Marta era la que servía, ahora sin afán, ocupando su lugar
Esto da lugar para que María también pueda desarrollar su ministerio

El perfil de Marta

Es el de una personalidad extrovertida y predominantemente pragmática
Es resuelta, es ella la que invita a Jesús a hospedarse, es ella la que sale al encuentro de Jesús cuando viene a resucitar a Lázaro
Es decidida, es quien enfrenta a Jesús y le reclama porque no vino a tiempo.
Es activa, ve lo que falta hacer y se encarga de hacerlo.
Es autosuficiente, puede hacer todas las cosas por sí misma


El perfil de María

Es el de una personalidad introvertida y predominantemente contemplativa
Es más indecisa, cuando supo que Jesús venía a resucitar a Lázaro ella se quedó en casa.
Jesús la mandó a llamar y salió corriendo a su encuentro.
Es reflexiva, tiene una profunda vida interior, puede reconocer su necesidad interior y así sentarse a los pies de Jesús para aprender de El.
Es generosa, puede gastar una fortuna para adorar a quien es digno de adoración.
No es autosuficiente, no sólo no es autosuficiente sino que los demás pueden percibir lo que ella siente y compadecerse de ella.
Jesús al verla llorar se estremeció en espíritu y se conmovió y Jesús lloró, así profundamente conmovido se acercó a la sepultura.
Los que quedaron sorprendidos por la resurrección de Lázaro eran los que había ido a consolar a María.


El conflicto de Marta

Las Marta son esenciales para la obra.
Son todos los que abran camino, los decididos aquellos que van al frente.

El secreto acá es reconocer las diferencias de personalidades y de ministerios, darnos libertad para que cada uno se desarrolle y poder asimilar aquello que necesitamos de los demás para poder tener un carecer y ministerio maduro.

Marta comienza su servicio al Señor con las mejores intenciones, es la que toma la iniciativa, la que invita y la que sirve.

El problema de Marta comienza cuando ve a María a los pies de Jesús, se turba su corazón.

Se compara, otra vez las comparaciones corrompiendo nuestro servicio al Señor.
Marta se turba y se afana, y termina inquietándose por muchas cosas.
Hasta que no puede más y le reclama a Jesús.

¿Te parece bien que mi hermana me deje sola sirviendo? Decíle, que me ayude

Esta tensión anula a las dos.
María no va a desarrollar su ministerio para no poner en crisis a Marta y viceversa.


Desarrollando nuestros ministerios

Necesitamos reconocer aquello que Dios nos ha dado desde nuestra personalidad y de nuestros ministerios.

Saber reconocer el valor y la complementaridad de otros ministerios, no juzgar ni entorpecer el desarrollo de otro tipo de ministerios.

Poder enriquecer nuestra personalidad y nuestros ministerios con aquellos aspectos que no son naturales pero que son indispensables para un servicio maduro y efectivo para el Señor.

El ministerio de Marta

Reconocer esa capacidad de servicio, ese placer de servir.
Saber aprovechar esa capacidad de ser una persona resuelta y encaradora.
No compararse con aquellas personas que tienden una tendencia contemplativa.
No turbarse, ni afanarse, ni cubrir ese afán con más actividad.

Aprender a ser contemplativa, las Martas tienen que entender que lo más importante es la relación íntima con Jesús y que el servicio por el servicio nos puede hacer equivocar en cuanto a las prioridades.


El ministerio de María

Saber estar a los pies de Jesús para aprender de sus enseñanzas.
No menospreciar el servicio. A Dios amaremos y a El le serviremos.
Amar sin servir, adorar son obedecer no es amor ni adoración.

Aprender a servir. El servicio desinteresado es lamedor evidencia de una verdadera contemplación. El adorar nos relaciona con el corazón de Dios y con aquello que carga el corazón de Dios.

Hay algo que quiero destacar de María de Betania que hoy todos podemos imitar

María supo estar a los pies de Jesús y contemplarle, pero no se quedó allí.

Con un corazón generoso se gastó toda una fortuna, el sueldo de casi un año, de 300 días, si ganaba 1000 $ se gastó 10.000$ en un perfume y ungió con sus cabellos los pies de Jesús.
De manera que toda la casa se llenó de ese perfume.

Hoy el estado de la iglesia está como está porque hay cosas muy serias que hay que modificar.

Hoy venimos a la congregación a recibir a que nos oren, muchos se enojan porque en esta iglesia no se ora por la gente, otras viene a ver un buen espectáculo, no se van del todo conforme por todo lo que recibimos en la adoración o lo que recibimos en el mensaje.

Tenemos que pedir perdón porque hemos errado.
A la presencia de Dios debemos venir con nuestra ofrenda.
Tenemos que traer todo a su presencia.

El altar no es para recibir es para morir, preguntele a los corderos.
Por alguna razón a Dios le gusta el olor a carne muerta, ese olor del sacrificio deleitaba su corazón.

Hoy le deleita de la misma manera el olor a nuestra carne debilitándose.
Nos hemos equivocado hemos hecho cultos para que nos gusten a nosotros.
Generalmente las reuniones que nos gustan a nosotros no son la que le gustan a Dios.

Dios se puede acercar cuando siente olor a muerte, cuando siente que nuestra carne se está chamuscando. A otros, Dios nos puede acercar porque siente olor a pecado también porque siente olor a mundo.

Nosotros oramos por fuego pero no nos ponemos en el altar.
Pongámosnos en el altar y pidamos que nos consumas con tu fuego

Juan Wesley dijo: pongo mi vida en el fuego de Dios y la gente viene para verme arder.

Cada uno tiene un perfume para venir al altar.
Un perfume que sólo Dios puede percibir.
El perfume de tu corazón quebrantándose en su presencia

Pasemos adelante con nuestro perfume no a recibir sino a darle a Dios lo que El merece.

APRENDIENDO DE MARTA Y DE MARÍA
Mensaje predicado por Juan Manuel Montané
Publicado en el blog “Soltar la Palabra”